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Asombrada por vivir sólo una historia, decidí probarlas todas, una a una. También escribo y dibujo.

viernes, 19 de septiembre de 2014

La sirena (otra versión del cuento)


Yo ni siquiera debería haber estado en cubierta pero, aunque en consideración a mi rango me habían adjudicado el mejor camarote, el calor me impedía dormir y pensé subir a respirar y mirar las estrellas. La noche era tranquila y el sonido de las olas contra las tablas del casco resultaba agradable. Entonces, un destello blanco en el agua atrajo mi atención. Pensé que era espuma, pero pronto ví que era una cabellera brillante y blanca cono la nieve. Otra cabeza, de pelo azulado, emergió a su lado y escuché cerca, allí abajo, una risa suave, casi infantil.

Recuerdo la canción como un trance, igual que esas veces que sueñas con algo tan hermoso que después no puedes describirlo. No sé cuando empezó ni cuanto duró realmente, pero debió fascinar de igual modo al timonel y los otros marineros. Cuando pude reaccionar, el barco se partía con un crujido, y yo intentaba aferrarme a la madera en que minutos antes estaba apoyado. Los hombres gritaban, la música se convirtió en chillidos de satisfacción animal y el olor a sangre se mezcló con la sal en el aire. Algo que no llegué a ver me sujetó y me arrastró al fondo. Intenté liberarme sin éxito.

Recuperé el conocimiento horas más tarde, sobre la arena seca. El pecho me ardía, y la cabeza me dolía tanto que apenas podía abrir los ojos. Y entonces... la ví. Creo que me estaba sonriendo.


(Hice una versión previa de este dibujo, a lápiz, que podéis ver aquí)

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viernes, 5 de septiembre de 2014

Las cabezas de la hidra


Lo que no contarán las crónicas es que las voces de los pocos que me acompañaron a la boca de la cueva se fueron apagando al doblar el primer recodo. Que tuve que detenerme para que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad y, también, para reunir el valor que iba a necesitar para seguir. No hablarán de la humedad que subía del fondo del pasaje, de la mezcla de olores, a hierro, agua y sangre. No contarán que temí haberme perdido entre los pasajes de piedra, porque nadie ha salido con vida de las cuevas para dibujar un mapa, ni de lo que se movió en mi interior con la primera de las armas que reconocí, tirada en el suelo y rota. 

Quizá, por darle emoción al relato, cuenten como el agua empezó a moverse, apenas unos destellos en la penumbra, donde acababa la bóveda, y describan el sonido de un animal inmenso al surgir del lago y pisar el suelo, en mi dirección. Lo que las historias sí contarán, o eso espero, es que yo maté al monstruo y nunca más regresó.

(Texto e ilustración de Esperanza Peinado)

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